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Corriendo, perdón sufriendo una Maratón.

Cuenta la leyenda que en el año 490 AC un general Ateniense llamado Milciades el joven, decidió enviar un mensajero desde Maratón hacia Atenas. El mensajero debía anunciar la victoria del ejecito griego sobre los persas. Filípedes un soldado griego fue el escogido para llevar las buenas noticias. Filípedes entregó el mensaje Sin embargo, el cansancio de la batalla sumado a los casi 40Km. que recorrió, acabaron con su vida. En honor a esta hazaña fue creada la prueba conocida como Maratón, que fue incluida en los primeros Juegos Olímpicos, inaugurados por el Barón Pierre de Coubertain en 1896.

Recogí mi número y las instrucciones para la carrera en el Miami Convention Center. Muy bonito todo, muy bien organizado con foto incluida y varios regalitos que pasarán a la sala de recuerdos. Contento partí a casa con la idea de comerme una buena ración de pasta, recomendada para que mi cuerpo acumulase energía. Y acostarme temprano para descansar lo máximo posible. Tenía que levantarme a las 4AM y poder desayunar dos horas antes de comenzar la prueba.
La verdad fue que logré dormir solo 4 “horitas”, supongo que la ansiedad no me dejó descansar correctamente, me sentía como quinceañero antes de visitar una novia, el estomago lleno de pajaritos y pensamientos de grandeza.

Llegué al frente del American Airlines Arena, donde comenzaba la competencia, a las 5:35 AM. Me sorprendió encontrar a esa hora un entramado de luces, música y animación que llenaban de adrenalina el ambiente. Un cálculo rápido me dijo que había por lo menos 5000 participantes. Después me daría cuenta que no estaba tan lejos. Hacia frío para lo que yo estoy acostumbrado: 50 grados Fahrenheit.
Unos 12 grados Centígrados enfriaban hasta el último de mis huesos. Yo había consultado el estado del tiempo y sabía que la temperatura subiría hasta unos 20 grados C promediando la mañana. Pero a esa hora el frío era demasiado, así que decidí calentar más de la cuenta y hacer los estiramientos lo más relajado posible. Pero el frío no me dejaba… Mas adelante comenzaría a pagar por culpa de ello.

Después de una emocionante inauguración con cantada de himno e izada de bandera, fuimos arrancando por orden de letra. Los organizadores ubican a los corredores, según el tiempo que uno crea le vaya tomar completar la carrera. Mi cálculo eran 5horas 30 minutos, así que estaba en los últimos corrales. Poco a poco comenzamos a avanzar y mientas tanto mucho público al lado de la calle animándonos. Sentía como la adrenalina invadía mi cuerpo. La función de esta hormona es transportar más azúcar a la sangre y descomponer las grasas. Para que me entiendan, es como pisar a fondo el acelerador de un carro. Un carro que no se podía desgastar mucho al principio pues había muchas millas por delante.

Arranqué exactamente a las 6:33AM, a esa hora y en esta época del año aún no ha amanecido en Miami pero las sombras de la noche comenzaban a dar paso a las primeras luces de un domingo que sería soleado. El mar comenzaba a iluminarse a medida que íbamos cruzando el puente que une al continente con la isla más famosa del mundo: South Beach.
Arriba del puente cruzamos la primera milla, yo me sentía feliz, iba entre miles de personas con un mismo objetivo. Gente común y corriente con un reto en su vida, un reto físico. Un reto que a medida que pasaba el tiempo se iba convirtiendo en una lucha, en una verdadera batalla.

Salir de South Beach era el primer objetivo pues saliendo completaba 11 millas, 17 Km. Casi la mitad de la carrera. Pero justamente entrando a la isla comenzaba a pagar por el frío mañanero.
El clima no me dejó hacer los estiramientos correctamente y comencé sentir el leve punzón de un tirón molestándome en la pierna izquierda, exactamente en el lugar donde se une la pierna con la cadera. A cada paso era como sentir una puñalada entrando en mi cuerpo.
Mi mente empezó a pensar mil cosas, no podía creer que después de tanto entrenar mi cuerpo estuviera fallando tan rápido. Preocupación y desesperacion llenaron mi cabeza y por un momento al cruzar la milla 5 pensé que no podría terminar la prueba. Empecé a pensar en mi familia, mis padres, hasta en mis jefes con los que había comentado que iba a correr esta maratón y una frase lapidaria: “Si no termino me quito el nombre”.

Justamente cuando salía de South Beach y me dirigía a completar la distancia de la media maratón me encontré un salvavidas. Mis padres fueron a tomarme la foto del recuerdo y mamá llevo 3 pastas de Ibuprofeno, sinceramente eso me salvó del naufragio. Dos millas después sentía el alivio de este antiinflamatorio. Eso me tranquilizó pues el dolor pasó de ser un puñal desgarrándome las entrañas, a una leve molestia parecida como cuando alguien te engrana el músculo de un puño. Bueno de los males el mejor…

El decorado cambió completamente, cuando se dividió la calle entre los que continúan en carrera y los que acaban en la media. Había una diferencia enorme, me sentí medio atolondrado por decidir seguir, era una locura, pero me había inscrito en la maratón no en la media, que iba a decir después: “No yo terminé solo la media… las g… había que seguir. A esa altura me sentía bien y me llegaron por detrás dos personas que me ayudarían mucho las siguientes 3 millas (5KM).

Tim era un gringo alto medía unos 6 pies 2 pulgadas, como un 1.85mts. Empezó a correr muy cerca de mí, como si yo le pudiera hacer sombra. Corría como encogido, como midiendo cada paso que daba, parecía que fuera a pasar de largo pero se quedó a mi lado. Miraba hacia el piso y en sus ojos leía mucha angustia y mucho cansancio, de repente le sonó el celular pero llevaba audífonos y no escuchó. Le hice una seña para que contestara. Habló y me dio las gracias, justamente en ese instante una muchacha bajita se nos acercó por el costado derecho preguntando que si era nuestra primera vez…
El gringo y yo llevábamos ya dos millas juntos. A esa altura cada estación de ayuda, en donde daban agua y gatorade, era como un oasis en el desierto. Me tomaba los vasos de agua de un solo trago y el gatorade era oro líquido. Justamente andando con el gringo al lado detecté otro problema que comenzaba a crecer en la planta del pie derecho: Una ampolla.

Mi Forerunner o GPS de muñeca, me decía que mi velocidad promedio era de 7 Km. /h. Quería mantenerme así pues eso significaba terminar en unas 2 horas y media.
Antes de llegar a la última estación por la que pasamos juntos, Tim me preguntó que si yo creía que a ese paso llegaríamos antes de 6 horas. Yo le contesté que estaba seguro que si nos manteníamos así, estaríamos en línea de meta en 5 horas y media. Pero el hombre no aguantó y en la siguiente estación me gritó que tuviera suerte que el debía parar a estirar. En ese momento de la carrera, parar a estirar era una locura, era prácticamente subirse al carro que te llevaría descalificado al rincón del olvido, del fracaso.
La ampolla se convirtió en un problema que paso a paso crecía más y más, al terminar me daría cuenta que era del tamaño de un banano partido por la mitad.

A partir de la milla 20 comprendí lo que los corredores llaman estrellarse con una pared. Ya le había dado la vuelta a Cocunut Grove y me faltaban solo 6 millas (10km) para terminar. Recordé que de mi casa a Yumbo el cuenta kilómetros del carro marcaba 8km.

Que lejos estaba aquel día en que mi papá y yo fuimos en bicicleta hasta allá. Yo era un cachorrito de 11 años y esa fue una gran proeza. También entendí en ese mismo instante que no era bueno ponerme a comparar la distancia que me faltaba, decidí que a partir de ahí buscaría cada milla una por una. Pensaba en mis hijos Santi y Sarita, en mi esposa Diana. Pensaba en lo orgullosos que estarían de mí cuando algún día les contara esta historia, pero “la pared” se empezaba a interponer en mi camino. La comencé a sentir en mi cuerpo en forma de calambres, primero en los gemelos de la pierna izquierda, luego en el muslo de la pierna izquierda también y finalmente llegando a la milla 21 en la parte trasera del muslo derecho.
Cada paso era un esfuerzo inmenso, sobrehumano, titánico. A esta altura me dolían los costillares y los bíceps, supongo que por tener los brazos recogidos todo el tiempo. Era como si hubiera hecho pesas o barras.

En la estación de ayuda de la milla 22 pare del todo y sentí algo que había experimentado muchos años atrás cuando me fui en barco de la Isla de Providencia a la Isla de San Andrés. Recordé que cuando me baje del barco después de 8 horas de travesía y me pare en el puerto, parecía como si el mundo siguiera en movimiento, como un mareo pero sin malestar, no un mareo de la cabeza sino un mareo exterior.
En esa estación una enfermera me dio dos pastillas de Voltaren. Cuando frené del todo, mi cuerpo parecía querer seguir en movimiento, algo extrañísimo que me recordó aquel día llegando a esa isla del Caribe colombiano.

De ahí en adelante empecé a mirar hacia el piso, el cansancio no me dejaba pensar claramente y dos enemigos nuevos comenzaron a acecharme: El hambre y el sol. Mis reservas de energía estaban totalmente agotadas. Los carbohidratos y la proteína ingeridos la noche anterior y en el desayuno ya estaban totalmente consumidos y empecé a sentir mucha hambre, los tragos de gatorade no eran suficientes para entregarle a mi organismo energía suficiente, sin embargo otro salvavidas aparecía en el horizonte.

Un muchacho y un muchacha trotaban delante mío a unos 100 metros de distancia, ella era alta y pelirroja el era negro, se veía que estaban hablando y decidí alcanzarlos. Apreté un poco el paso, la verdad un poquito nada mas. Me demoré casi media milla (1.3 KM) en alcanzarlos, a esa hora las 11AM la temperatura ya alcanzaba los 70 grados F es decir unos 21 grados centígrados y aunque mi resentido cuerpo agradecía las caricias solares, la sed y la brisa salina del mar rayaban mi cara y las comisuras de mi cuerpo. Me tocó recogerme la pantaloneta, las mangas de la camiseta y las tetillas comenzaron a arderme como quemones por el roce de horas y horas.

Cada vez estaba mas cerca, alcancé a Thomas y a Sue casi llegando a la milla 23. Ambos eran foráneos, el de Georgia y ella del centro de la Florida. Y como estábamos cruzando un puente me preguntaron si ya llegábamos. Yo les dije que una vez entráramos a la avenida principal ya estaríamos en casa.
Brickell Avenue es una de las calles mas lindas de esta ciudad llena de edificios, restaurantes, bares, locales comerciales, oficinas. Siempre con gente linda caminándola y lujosos carros transitándola. Ese día se engalanaba llena de colores y gente observando el paso de los atletas. A los que acogía coquetamente, serpenteando en el horizonte y abriendo sus brazos cálidos entre palmeras que bailaban al ritmo de la brisa que soplaba desde el mar.
Conversábamos durante el recorrido y nos dimos ánimo entre los tres, yo lo único que les repetía era que ya casi estábamos allí. El publico que nos encontrábamos al lado de la carretera nos repetía lo mismo: “Buen trabajo, lucen bien, ya va a llegar” La verdad eso ya era molesto para mi, pues venía escuchando lo mismo hacía como 2 horas.

Finalmente encontramos la marca de la milla 25, me di cuenta que el tiempo que pensaba podía hacer: 5horas y 30 minutos ya no era posible. Pero si seguía al mismo paso llegaría antes de 6 horas.
Al pasar por esa marca los tres estábamos jubilosos, era increíble lo que estábamos a punto de lograr y esa conversación alejaban mi mente del intenso dolor que sentía en mis piernas, mis pies, mi cuello, mis brazos, mis costillas, mis órganos internos. Lo único que trabajaba correctamente en ese momento era mi corazón y mi mente.

Según el forerunner mi corazón iba latiendo a 166 pulsaciones por minuto, jamás subió de ahí lo cual es increíble. Y mi mente estaba relajada y ya no pensaba más en el sufrimiento. Me desconecté completamente del dolor y comencé a disfrutar los últimos metros, me sentía dichoso y levantaba los brazos arriba, la gente me felicitaba, me chocaba la mano y por fin después de un cruce a mano izquierda vi la meta.
Me emocioné muchísimo lo había logrado, estaba a punto de completar una verdadera hazaña, en los últimos 50 metros el anunciador oficial narró mi llegada: “Andrés Blanco from Colombia”. Crucé oficialmente en 5horas 50 minutos y 13 segundos. Cuando pasé la línea me di la bendición y le di gracias a Dios por la vida, por mi esposa, por mis hijos, por mis padres y un par de lágrimas salieron de mis ojos…

Me dieron una medalla muy linda, terminé en la posición 3312 entre 3513 participantes que logramos finalizar la prueba. De 2162 entre los hombres, 367 en mi división de los 35 a 39 años.
Cada hora que pasa le doy mas importancia a lo que hice, de verdad fue increíble, espectacular pero dolorosísimo. Ahora mismo, escribiendo esto, me siento como si me hubieran dado palo dos días seguidos. Pero mi corazón se siente pleno y en mi mente empiezo a vislumbrar el próximo año. Tengo un año para lograr terminar en 5 horas o menos… ya les contaré.

Comments

  1. Hermosa crónica,detallada y bien escrita, nos llevas de la mano con el corazon en vilo por cada milla de recorrido,y al final gritar emocionado,Yo Pude. Felicitaciones. Sergio R. Galvis Cali Colombia.

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  2. uyuyuyuyuyuy... hay mucho de que estar orgulloso Andres. El poder de la mente, el poder de la voluntad. Felicitaciones por haberla terminado. Los salvavidas aparecen de todos los tipos y tamaños no?

    Abrazos, Adriana Niño

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