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Nuestra Latinoamérica Olímpica




Ganar una medalla de cualquier metal en los juegos olímpicos es un gran logro. No importa el país, el sexo o el deporte; una medalla olímpica implica años de trabajo, esfuerzo, dedicación, disciplina, sacrificio y un sin numero de situaciones y detalles que serían muy largos de describir.
Millares de deportistas alrededor del mundo se preparan para algún día participar en unos juegos olímpicos, pocos son los elegidos y solo unos cuantos reciben el honor al ganar una medalla.

Cuando se celebran estas justas deportivas, es cuando algunos deportistas adquieren relevancia pues son observados por un público que jamás se sentiría atraído o interesado en observarlos: Judo, levantamiento de pesas, tiro con arco, esgrima, natación etc. Son solo algunos ejemplos, entre muchos otros, de deportes que generan interés solamente cada cuatro años cuando los juegos olímpicos encienden su pebetero. Además la bandera de la patria esta enarbolada y la participación de estos atletas adquiere una importancia única.
Los triunfos de los deportistas en las olimpiadas sirven para generar un extraño y egocéntrico orgullo en los países que no están acostumbrados a obtener logros a ese nivel. No es una actitud criticable ni mucho menos, por el contrario son triunfos para celebrar y para darse cuenta del potencial deportivo que un país pueda tener.
Colombia y Latinoamérica en general es un buen ejemplo y con lo que ha sucedido hasta ahora en Londres 2012 podemos ejemplificar lo anterior expuesto.

Ni a mi ni a usted, jamás se nos ocurriría seguir en vivo y en directo una prueba de levantamiento de pesas, como yo lo hice la semana anterior para enterarme de la suerte de nuestro medallista de plata Oscar Figueroa. Si no hubiera sido los juegos olímpicos, ni usted ni yo, hubiéramos hecho la fuerza que hicimos para que este hombre pudiera lograr en su tercer intento lo que no había podido en los dos anteriores. Lo mismo podríamos comentar de nuestra Judoca Yuri Alvear que debió haber sentido el aliento de millones de colombianos que la ayudaron a derrotar a una rival mañosa y complicada, que incluso la mando con todo y su medalla de bronce al hospital de la villa olímpica. ¿O será que algún venezolano que lea esta columna me puede decir que aparte de los juegos olímpicos estuvo pendiente de una prueba de esgrima en su vida, o de la dilatadísima carrera deportiva de Rubén Limardo? Hoy coronada con una medalla de Oro olímpica. ¿O será que algún mexicano sigue las competencias de clavados de Paola Espinoza?

La verdad es que la gran mayoría no lo hace pues un triunfo en un campeonato mundial, unos juegos panamericanos, o de cualquier otro tipo no tienen la relevancia de unos juegos olímpicos.
Lo que si es criticable es la actitud de algunos gobiernos, como el colombiano, que aprovechan el triunfo del deportista y deciden montarse al bus de la victoria, llamando al atleta, prometiéndole esta vida y la otra, muchas veces sin cumplirles. Y aparte prometiéndole a la comunidad un mayor compromiso con el deporte y mas recursos económicos para apoyarlos. Recursos que jamás llegan y que terminan desviándose en el camino en estos países donde no estamos acostumbrados a la cultura deportiva y la gloria olímpica.

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